Recorrido / experiencia sónica de 6 minutos
Le damos la bienvenida a las experiencias sónicas guiadas de La República de los Sueños.
Se recomienda escuchar estas experiencias más de una vez, ya que facilitarán el acceso a la República.
Empiece por ponerse a gusto, en un espacio donde nada ni nadie moleste.
Le recomendamos que use un antifaz para dormir o que apague las luces.
Cierre los ojos, si aún los tiene abiertos, y deje que mi voz sea su guía.
Recuéstese e imagine que está sobre una gruesa alfombra de musgo tibio.
Las raíces y las redes de hongos susurran bajo su espalda.
Detrás de sus párpados aparece una inmensa trama de estrellas, esculpida en la fría oscuridad del espacio.
Hay millones y millones de estrellas.
Inspire, y al exhalar, comience a acercarse poco a poco a las estrellas.
La gravedad no tiene ningún poder.
Mientras se concentra en mi voz, adéntrese más y más en el espacio.
Con cada exhalación, relaje los músculos de la cara.
Relaje el cuello y los hombros.
Relaje los brazos y las piernas
Relaje las manos y los pies
Ya está de vuelta en el bosque, sobre el musgo, y su cuerpo se convierte en cientos de mariposas diminutas de color morado.
Contemple las mariposas, mientras se alejan volando al espacio.
Ahora se encuentra dentro de La República de los Sueños.
“Cada día, el oscuro primer piso de la casa del Mercado quedaba atravesado por el calor brutal del verano: el silencio de las temblorosas corrientes de aire, los cuadrados de luz sobre el suelo inmersos en sus sueños febriles, la música ascendente del organillo nacida de l a veta más dorada del día, los dos o tres compases de un estribillo tocados por un piano distante una y otra vez, hasta fundirse al sol sobre las veredas blancas y perderse en el fuego del mediodía [...]. Los sábados por la tarde salía a caminar con mi madre. Pasábamos de la penumbra del zaguán a la claridad del día en un instante. Los transeúntes, bañados en oro fundido, andaban con los ojos entrecerrados para evitar el resplandor, como embadurnados de miel. Tenían el labio superior retraído y los dientes al descubierto. En aquel día refulgente, cada persona vestía esa mueca de calor, como si el sol hubiera obligado a sus adoradores a usar la misma máscara dorada. Ancianos y jóvenes, mujeres y niñas, todos se saludaban llevando esa máscara pintada sobre el rostro con una gruesa capa de oro: se sonreían al ver las demás caras paganas, con la sonrisa idólatra de Baco”.